miércoles, 5 de octubre de 2011

La nena

La nena es incapaz de calcular las distancias. Y no digo las grandes distancias que aparecen en los mapas a escala reducidísima, no, esas se le dan de maravilla. Tanto, que es capaz de calcular cuánto tardarás si cruzas Vietnam a pie o si pretendes alcanzar la Patagonia comenzando tu andadura en Santiago de Chile. Impresionante. Donde ella encuentra problemas es en las distancias cortas, esas que, si controlas, evitan que aplastes tu nariz contra el cristal de la ventana o que te saques un ojo al ponerte una lentilla. Vete con ella al cine y no llegará el cubo de palomitas lleno a la butaca, bajad en ascensor y chocareis vuestras cabezas como ciervos enfadados, nadad juntos en la piscina y no tardarás en cansarte de tener que interponerte entre ella y el bordillo, eso si no quieres que se abolle las ideas. Los médicos dicen que no hay explicación, o que al menos ellos no la encuentran. “Está perfectamente sana, su percepción es la de una persona normal (si es que este último término tiene algún sentido aplicado a la especie humana)”. Y mira que le han hecho pruebas, pero nada. Nada de nada. Así que aquí seguimos: comprando tiritas y tiritas, vendas y vendas, y La nena dale que dale. Lo peor es cuando montamos en tren en “hora punta”. Imaginaos: La nena, puro terremoto sin brújula, entre todo esa cantidad de gente. No paro de decir “perdón”, “disculpe, fue sin querer”, “oh, no ha debido fijarse en su pie”. Y ella sin darse cuenta de nada, La nena, pequeña apisonadora. Aunque pienso que es mejor así, que no se entere de que acaba de hundir el codo hasta el pulmón a la señora del jersey rojo, o que termina de operar de juanetes al caballero del traje beige; así no sufre demasiado por ellos (que es lo que haría si sospechara que provoca el mínimo daño, campeona mundial de dramatismo), y yo sigo engrosando mi lista de “las mil y una formas de pedir disculpas”. Además, a veces La nena parece percibir algo, un roce o quizás algún gritito ahogado, y entonces mira a los ojos del damnificado, y éste...éste ya no entiende de distancias, ya no sabe de cerca o lejos, sólo de allí y ahora. Exactamente como le sucede a La nena. Sólo de allí y ahora.