Tiene la mirada perdida en alguna esquina de la habitación. Sus manos oscuras tiemblan golpeando intermitentemente la mesa blanca sobre la que apoya los brazos. Está inquieta. Su hijo pequeño le observa en silencio con sus enormes ojos hambrientos en el preciso momento en que se abre la puerta de cristal y entra un hombre rubio y alto. Les mira levantando las cejas durante un instante y toma asiento frente a ellos soltando un largo suspiro. Dice que es el oncólogo del hospital, que ha estado contrastando las pruebas, que hay algo preocupante en ellas, habla de enfermedades, de largos tratamientos, de dinero. No sé si podrá permitirse el tratamiento, señora, el porcentaje de éxito de la intervención es muy alto y su coste también. Si no se la interviene, dice, el cáncer le consumirá en pocos meses, pero no tiene dinero para pagarlo, lo siento. Ella escucha el eco de estas últimas palabras y se sorprende observando el gran contraste de colores que forma el negro de su piel con la sala enteramente blanca. Coge con suavidad la mano de su hijo, se pone de pie y se encamina hacia la puerta. ¡Espere! puede llevarse esto, es suyo. El doctor le alarga unos papeles, los resultados de la ecografía. Les mira con la misma mirada perdida del principio, encuentra el tumor, el maldito tumor, tiene una forma extraña, escalofriante, algo parecido a esto: $.
Incluido en el libro: Fotos, cuentos y relatos hiperbreves. Con muchos acentos. Todos somos diferentes. Editado por la Fundación de Derechos Civiles. Madrid: 2010.
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