María Lejárraga. ¿Habíais escuchado antes ese nombre? Yo no. Dice la revista que es “una de las mujeres españolas más injustamente silenciada y olvidada del siglo XX, tanto desde el punto de vista literario como desde su compromiso social”. Ahora entenderéis por qué.
Nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja) el 28 de diciembre de 1874. Siendo la mayor de siete hermanos, se crió en el barrio madrileño de Carabanchel, donde recibió una educación basada en el “amor a la cultura y la libertad”. Estudió en la Escuela Normal de Maestras y llegó a ser una gran pedagoga de constantes inquietudes educativas y sociales, dominó varios idiomas y cultivó su pasión por el teatro. Se casó con Gregorio Martínez Sierra, a nombre del cual firmó María sus casi cien obras literarias, compuestas por novelas, ensayos, obras de teatro, poesías y guiones cinematográficos. Sólo algunos artículos de prensa y cuatro obras (Cuentos breves, escrita en 1900 al inicio de su carrera literaria, y tres obras más que escribió durante su exilio en Argentina, para costearse la vida) fueron firmadas por ella. María enumeró tres razones para no utilizar su nombre en sus obras y firmar sólo con el de su marido: “el poco entusiasmo que despertó su primera obra en sus padres; que siendo maestra de escuela no quiso empañar la limpieza de su nombre, dada la mala fama y casi deshonra que caía en aquella época sobre toda mujer literata; y la tercera, el respeto y el cariño que sentía por su marido”. Incluso después de separarse de Gregorio en 1922 y marcharse a Francia, siguió escribiendo comedias que él firmaba y representaba, ganándose así éste último, a su costa, una notable fama literaria y consideración social, además de dinero, claro. María se lo escribía todo, pero todo, llegó incluso a pedirle en una carta que le escribiera un artículo de alabanza por la muerte de Torcuato Luca de Tena: “Escríbelo y mándamelo enseguida”. Lo cierto es que en 1930, Martínez Sierra reconoció que las obras las escribía María, que dependía del dinero que le enviaba Gregorio de manera irregular.
Centrémonos ahora en el potencial de la mujer dinamita y rompeolas. La casa de María, durante su residencia conjunta con Gregorio, fue lugar de encuentro de autores como Juan Ramón Jiménez, su gran amigo y con el que editó la revista literaria Helios –también editó Renacimiento–, Valle Inclán, Jacinto Benavente, Rubén Darío, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós, etc.; políticos como Fernando de los Ríos, Victoria Kent, Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Clara Campoamor, Dolores Ibárruri, etc.; y de músicos como Joaquín Turina y Manuel de Falla, entre otros. Fue una incansable luchadora por los derechos de la mujer, creando en 1932 la Asociación Femenina de Educación Cívica, una organización cultural para fomentar y acercar la cultura a las clases medias trabajadoras y sobre todo a las mujeres. Palabras suyas son: “Las mujeres socialistas debemos enseñar, enseñar sobre todo una asignatura única: la solidaridad humana”. También formó parte del grupo promotor del Lyceum Club, fundado en Madrid por la enorme pedagoga María de Maeztu, con el fin de preparar culturalmente a las mujeres jóvenes trabajadoras. María, nuestra María, dirigió la biblioteca. Su labor política resaltó sobre todo en su activa vida parlamentaria, participando en el hemiciclo durante el periodo republicano de forma inteligente, sensible e insistente a la hora de denunciar la injusticia y pedir la igualdad. Desarrolló incansablemente varias campañas de educación, llegando a ser vicepresidenta de la Comisión de Instrucción Pública.
Al estallar la Guerra Civil fue nombrada agregada comercial de la República española para Suiza e Italia, con residencia en Berna, trasladándose más tarde a Bélgica donde se hizo cargo de miles de niños refugiado. Abandonó Madrid el 17 de octubre de 1936 y nunca más volvió a España. Su exilio la llevó a países como Francia, EEUU, México y, por último, Argentina, donde fallecería el 28 de junio de 1974, a los 99 años.
Durante su exilio en California ocurrió un suceso curioso: envió a Walt Disney una comedia para niños llamada Merlín y Viviana o la gata egoísta y el perro atontado. Dos meses después le devolvieron el original y, al cabo de un tiempo, se estrenó una película que la mayoría de nosotros conocemos: La dama y el vagabundo, con el mismo argumento y un único cambio: a la gata Viviana le habían convertido en una elegante perra. Una vez más el talento de María alimentando a otros…
Estudiosas de su obra y autoras como Alda Blanco y Antonina Rodrigo, que escribió el libro María Lejárraga, una mujer en la sombra, han contribuido a devolver a María lo que era suyo: la autoría de sus obras. Dos de las más destacadas son: Tú eres la paz (1909) y Canción de cuna (1911); además colaboró en libretos como El amor brujo de Manuel de Falla y la adaptación de El sombrero de tres picos de Pedro A. de Alarcón; y tradujo a Shakespeare, Ionesco, Stendhal, Sartre e Ibsen, entre otros.
¡Qué biografía! ¿A que corta la respiración?
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