"La publicidad impone ideales imposibles con el fin de provocar insatisfacción, y que esa insatisfacción conduzca al consumo.
Para ello emplea todos los medios manipulativos a su alcance. Cuáles de esos métodos pueden ser tolerados y cuáles no depende del consenso social. En España está prohibido emplear insectos vivos en los anuncios de insecticidas, y han de ser sustituidos por imágenes o robots. En Noruega, por ejemplo, la publicidad en la que aparecen niños, o destinada a ellos, está prohibida, bien sean pañales, juguetes o potitos. Una resolución similar en España levantaría ampollas, no porque nadie negara la inmoralidad de dirigirse con propuestas de consumo a los niños, sino por el inmenso mercado potencial que se desperdiciaría.
La publicidad debería evitar la reproducción de situaciones humillantes o que exploten a la mujer como objeto sexual. El principio moral de la dignidad humana y del respeto bastarían para justificar esta medida. La difusión de cuerpos que inciten a la delgadez extrema, a la modificación de los mismos mediante cirugía estética o a medidas irreales debería ser controlada. No hablamos de caprichos estéticos: hablamos de una corriente generalizada de banalización del cuerpo humano, de una tendencia alienadora y tendenciosa de la imagen corporal que está entre los factores causantes de terribles trastornos psicologicos."
Freire, E. (2002). Cuando comer es un infierno. Confesiones de una bulímica. Madrid: Aguilar.
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