lunes, 13 de agosto de 2012

Efectos de la insulina...

Aquel pinchazo dolió más de lo que era habitual. Me dieron ganas de beberme el contenido de la jeringuilla y después lanzarla por la ventana. Perno no lo hice y, en su lugar, quedé embobado observando la gotita de sangre que surgía del minúsculo agujero que había quedado en mi muslo izquierdo. Era de un rojo intensamente oscuro. Cogí un pañuelo de papel y apreté sobre la herida.

Entonces comencé a pensar en cómo las hubiera pasado el galo Obélix si hubiera sido diagnosticado de diabetes. Él, tremendo goloso, acostumbrado a cenar dos jabalíes cada noche. Aunque lo más probable era que Panorámix, el druida, le hubiera preparado una poción mágica sanadora y problema resuelto. ¿Y Drácula? Durante toda su vida alimentándose de la sangre de los demás para que ahora un glucómetro le chupase la suya seis veces al día. El cazador cazado. Pero eso sí, no quise ni imaginarme qué hubiera sido de Winnie The Pooh cuando le dijeran: "Oye, osito lindo, ¿por qué no me cambias ese tarro de miel por este platito de acelgas?, ¿eh, majete?"

Entretanto me percaté de que no paraba de salir sangre. Cada vez más y más oscura. Pero lejos de alarmarme, caminé como pude hasta la cocina y abrí la nevera para coger una botella de vino. La apoyé sobre la encimera y extraje el tapón de corcho. Lo miré de cerca y comparé su tamaño con el de la herida, que continuaba sangrando y sangrando. Sonreí. No conocía a ningún druida que me suministrara remedios milagrosos, ¿pero qué falta me hacía si sabía llegar solo a soluciones tan grandiosas como aquella?