miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cafetera


El hombre de la mesa número 3 comenzó a impacientarse. ¿Qué creía el camarero, que disponía de todo el tiempo del mundo? Pues, que se enterase bien: NO. La pierna derecha se le movía espasmódicamente y el sudor le inundaba las palmas de las manos. Tenía que tranquilizarse si no quería que su corazón volviera a darle un toque de atención como el del verano pasado, cuando su carísimo móvil se había deslizado por el bolsillo de su pantalón hasta terminar en el fondo del váter. Aquello sí que fue una verdadera cagada. Pero, ¿dónde se había metido el camarero? ¿Acaso había ido a Colombia a buscar el café? Se juró a sí mismo que no volvería a aquel bar, jamás. Se incorporó, cogió su chaqueta del respaldo de la silla y, justo cuando dio el primer paso hacia la puerta, vio acercarse al camarero con una cafetera y una taza que descansaban sobre una bandeja. El hombre barajó sus opciones en milésimas de segundo y, al fin, decidió volver a sentarse. A pesar de que –miró el reloj- habían transcurrido cuarenta y dos segundos desde que le había pedido el café al camarero, le pareció conveniente no reclamar y disfrutar tranquilamente del desayuno; pues afuera no paraba de llover y, al fin y al cabo, él siempre se había caracterizado por tener una paciencia infinita. Y esta vez no iba a ser una excepción.

martes, 20 de diciembre de 2011

Tos

el ratón tosía
tosía
tosía
y tosía;

se había tragado
una enorme bola de pelo que

todavía

maullaba.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Cuchara

‹‹Lo importante es el interior››. Bah. Tonterías. Y más cuando eres una cuchara y tu interior es exactamente igual que tu exterior: una aleación de metales que ni sé ni me importan.

Disculpen, pero es que me desespera ver anuncios como el que se acaba de emitir por la tele de la cocina. ¡Aún me tiembla el aluminio! Esas cucharillas de los anuncios de los helados, con sus mangos estilizados y sus cabezas completamente huecas. ‹‹ ¡Eco! ››. Se pasan la vida contándote sus pavadas mientras te deslumbran con la falsedad de su sonrisa:

– ¿Sabes? Esta última semana rodé un anuncio de Häagen Dazs con Shakira. Tiene unos labios…

¡Agh, se me ponen los cobres de punta! Y es que eso es lo peor de todo, que las muy _________ se pasan los días introduciéndose en las bocas más cotizadas y degustando, qué digo degustando, hinchándose a helados y cafés con doble de nata y otras tontadas. Y ahí les tienen, no les sobra ni un gramo. Es horrible. Y una, que sólo come sopitas y verduras, está hecha una olla exprés. No sé de qué me sorprendo, si ya me lo advertía mi madre:

– Hija, la que nace sopera, sopera se queda.

¡Y qué razón tenía! Aunque parte de la culpa es suya, ¡a quién se le ocurre casarse con un cucharón! Es de locos.

Lo cierto es que no sé qué mas hacer, lo he probado todo. Incluso contraté los servicios de un mentalista para ver si doblándome y desdoblándome me quedaba como una cucharilla de postre. Pero nada.

Bueno, les dejo, que alguien acaba de entrar en la cocina y yo tengo que seguir sumergiéndome en caldos sosísimos a 100º C de temperatura. ¡En pleno mes de agosto! Es para reírse. O llorar. Que alguien me saque de esta residencia de ancianos, por fa…glup…glup…

viernes, 16 de diciembre de 2011

Mover

Algo
se movió dentro
de mí
cuando leí
en aquel libro de Historia
las consecuencias de las guerras
"mundiales"
y no vi
los millones y millones
de muertos;

"será un error de imprenta", me dije
para tranquilizarme.

martes, 6 de diciembre de 2011

Verde Kiwi

No sé si la caja llevaba mucho tiempo ahí antes de que me percatase de su existencia. Diría que no. Al principio creí que era de alguien que andaba mudándose (de piso, no de piel), pero luego vi el folio blanco grapado en uno de sus laterales: "Reutilización de ropa. Recogida: lunes a las 11:30.
Cuando la mañana siguiente bajé cargado con un par de bolsas de plástico, por las que asomaba la hebilla de un cinturón y la capucha de una sudadera, quedé asombrado. Bolsas con ropa llenaban la caja por completo, incluso algunas no habían cabido y se apilaban alrededor. Vaya con los vecinos, pensé, qué derroche.
Ya el lunes por la tarde me extrañó que la caja siguiera aun allí y, además, tan rodeada de bolsas que alguien había abierto un camino como los que hacen las máquinas quitanieves allá por Alaska o Groenlandia. Pero no quise darle excesiva importancia al asunto y subí a mirar si tenía algo más en el armario de lo que poder desprenderme.
El jueves, regresando del banco (donde la directora me acababa de negar por cuarta vez aplazar los pagos de las deudas por la hipoteca), encontré a mi octogenaria vecina del tercero quitándose la falda y lanzándola a lo alto del montón, que ya superaba el metro de altura. Comencé a preocuparme.
Bueno, pues aquello debió marcar tendencia porque los habitantes del edificio no paraban de entrar y salir cargados con bolsas de ropa que ya no llevaban encima. Y la caja dejó de verse, sepultada bajo aquella monstruosidad que subía por encima de los buzones. Era para enloquecer. Y, lo peor: no lograba acostumbrarme a caminar sin zapatos.
Unos tres días después, cuando volví a casa ya no pude entrar. La ropa desbordaba el portal inundando parte de la acera y los bomberos intentaban salvar a mi buena vecina del tercero, que había quedado atrapada bajo la avalancha. Vi asomar su pelo gris y temí que fuese demasiado tarde.
A mi alrededor estaban algunos vecinos y vecinas que tampoco podían entrar. Y por las ventanas asomaban los que no podían salir. La escena era un puro drama: madres gritando a sus hijos que no se moviesen de allí, parejas mirándose y aguantando el llanto en silencio como cuando zarpa un barco en las películas. Y nadie iba completamente vestido, aquello parecía un catálogo de lencería. Cada vez entendía menos.
Comencé a comprender cuando vi a la directora del banco de la esquina ( el de "no le vamos a aplazar ningún pago") acercándose al montón de ropa. Agachándose a coger una chaqueta "verde kiwi", mi chaqueta "verde kiwi". Poniéndosela y girándose hacia mi. Y yo buscando las llaves de casa en los bolsillos de un pantalón que no llevaba, antes de que ella extendiese la mano.