miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cafetera


El hombre de la mesa número 3 comenzó a impacientarse. ¿Qué creía el camarero, que disponía de todo el tiempo del mundo? Pues, que se enterase bien: NO. La pierna derecha se le movía espasmódicamente y el sudor le inundaba las palmas de las manos. Tenía que tranquilizarse si no quería que su corazón volviera a darle un toque de atención como el del verano pasado, cuando su carísimo móvil se había deslizado por el bolsillo de su pantalón hasta terminar en el fondo del váter. Aquello sí que fue una verdadera cagada. Pero, ¿dónde se había metido el camarero? ¿Acaso había ido a Colombia a buscar el café? Se juró a sí mismo que no volvería a aquel bar, jamás. Se incorporó, cogió su chaqueta del respaldo de la silla y, justo cuando dio el primer paso hacia la puerta, vio acercarse al camarero con una cafetera y una taza que descansaban sobre una bandeja. El hombre barajó sus opciones en milésimas de segundo y, al fin, decidió volver a sentarse. A pesar de que –miró el reloj- habían transcurrido cuarenta y dos segundos desde que le había pedido el café al camarero, le pareció conveniente no reclamar y disfrutar tranquilamente del desayuno; pues afuera no paraba de llover y, al fin y al cabo, él siempre se había caracterizado por tener una paciencia infinita. Y esta vez no iba a ser una excepción.

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